viernes, 27 de junio de 2008

Los amigos perdidos

Se supone que el día de tu cumpleaños debes de estar feliz, y en si lo estoy, pero algo ronda por mi cuerpo, es una punzadita queriendo convertirse en calambre que no me deja en paz y que si no escribo esto, es muy probable que al final del día pase de punzada a un dolor nostálgico, incurable con analgésicos o antibióticos. Esa punzadita tiene como origen la tristeza de haber perdido por apatía, error, accidente o alguna abducción extraterrestre, a algún amigo.

¿Donde estarás Enrique Rojo?
Me pregunto que fue de ti. Lo último que supe es que fungías como subsecretario de economía del gobierno del estado de Veracruz. Espero que no olvides aquellos días en que cobrábamos como policías chinos en la sub secretaría de gobierno del Estado de México. Yo no olvido aún cuando nos molestabas con la jareta de tu chamarra hasta el grado del fastidio, tanto que decidimos atarte allí, en plena oficina con tu misma jareta y procedimos a darte de reglasos, situación que casi nos cuesta la chamba. Tampoco olvido tus consejos, amigo.

¿Dónde andan Lalo, Loncho y Aldo?
¿Qué habrá pasado con ustedes? ¿Por donde andarás Aldo? ¿Te habrás casado con Eva? No olvidare que contigo me puse la única borrachera de mi vida, y a pesar de las nueve jarras de cerveza oscura que ingerimos solos, puedo recordar con nitidez nuestro canto y la tambaleante caminata por la zona rosa, abrazados como borrachos de película de Pedro Infante. Te agradezco tu apoyo incondicional y tu sensatez para conmigo, de los tres fuiste el que mas en serio me tomaba y el que recuerdo que nunca se rajaba.

¿Y tú loncho?
Se que a veces te irritaba o te fastidiaba pero siempre encontré en ti el comentario acertado, la palabra consoladora o el chiste preciso.

Y para ti Lalo, sé que siempre estaré en deuda contigo por adoptar al chavo nuevo y mamón de la mañana y darle la oportunidad de ser tu amigo, primero y después de los demás. Nunca podré saber como le hacías para llevar dos carreras y como soportaste el cúmulo de secretos y confidencias que te hice. Seguro que te llené la cabeza con mis amores y desamores. Aunque tú nunca revelaras tu gran secreto, ese que despertaba especulaciones en todos nosotros.

Por último a los tres: No olvidaré y espero que ustedes tampoco, que fueron los únicos testigos de mí mas sublime conquista universitaria y que fueron ustedes quienes me hicieron ver que Janette era la más guapa de la Universidad, pero así mismo ustedes fueron testigos de la pérdida de ese amor. Mas no fueron testigos mudos, pues siempre estuvieron allí para compartir las penas, el pan y las cervezas.




¿Y los “Simitrios”?
Quisiera tener el poder de convocarlos como cualquier hermandad secreta lo haría, el problemas es que nunca pasamos de ser una pseudos secta basada en el rigor del estudio y los simitriasos (golpes), castigo primero e inmediato para quien priorizara a una mujer sobre los amigos. No te olvido Pin Pon (Roberto), no te olvido Marrano (Gonzalo) y gracias por acompañarme con la guitarra en infinidad de ocasiones. No te olvido Abuelo, que le diste sentido y nombre a esta cofradía. No menciona al Polilla (Carlos) porque aun no se me ha perdido.

Gracias a los cuatro por hacer del estudio una competencia que nos hizo sobresalir ante todos los demás, y aunque ellos creían que éramos matados ustedes sabían que el verdadero objetivo era ridiculizarnos campalmente ante el maestro en turno. El pastorcito, (yo) los recuerda y también el clásico grito de “no te engañes y ya sal” que gritaban afuera de mi salón cuando no nos tocaba la misma materia, para ir a pasar lista a la infinidad de bares frente a la escuela.

Y por último a mi amigo Moy, deseando que tu hija este bien y que aunque no leas este texto mis palabras se conviertan por obra del destino, la casualidad o el simple y vano deseo mió en un buen mantra para ti. Gracias por iniciarme dentro del ajefismo y por enseñarme a ser un pequeño Maquiavelo. Créeme que ha sido muy útil en mi vida. Ojala que estés bien amigo, ojala que me recuerdes como yo.

Gracias a todos ustedes amigos y ante la pregunta de: ¿Dónde Están? Ojala que la respuesta fuera “Donde siempre” pero estén seguros que una respuesta alterna y confortante es que están aquí, en mis recuerdos y en este texto que los evoca.

A los que no aparecen en esta lista, les agradezco aún más que aun estén dentro de mi vida y que tenga la dicha de tenerlos como amigos.